Me envia una email hablándome de que sus sentimientos aumentan cada día hacía mí, me cuenta que sería capaz de
bajar a luna si yo se lo pidiese (o alguna chorrada de ese tipo, ponía) que cada noche al despedirnos siente
perderme hasta el día siguiente.
Llego a trabajar y me lo encuentro en un pasillo con una compañera, mirándola como a mí me mira, hablándole
en tono seductor igual que a mí y congiéndola por la espalda como hace conmigo. Mi actitud en ese momento? Buenas tardes (siempre he sabido ser discreta mientras me atraviesan el pecho con un
puñal) Bajo la escalera, cojo aire, dejo el abrigo en recepción, trago saliva para intentar bajar el nudo que tenía
en la garganta, subo las escaleras... para mi sorpresa allí estaba él, esperándome, dándome tranquilidad con sus
gestos, pidiéndome una palabra mientras me acompaña a mi puesto. No hay nada que exigir, nada que decir
“luego nos vemos”.
Lo sabía, TODOS lo sabíamos, pero ahí estaba yo, de nuevo con el mismo tío, solo que en esta ocasión tiene
otra cara y otro nombre.
Termino mi terrible turno y bajo a su despacho. Él, esperándome con una sonrisa asquerosamente perfecta y
preguntándome mi opinión sobre su email-declaración. “No sé, ya no somos unos niños, deberíamos cenar y
hablarlo...”
Salimos del despacho, la gente murmura (que les dén!) nos montamos en su coche y me suelta la puta frasecita
“Siempre consigues lo que te propones, verdad?” Remata la faena contándome que deja la empresa en diez
días... DIEZ DÍAS y se vá para siempre. Hemos llegado, “hasta mañana”. Desearía no haber dejado de fumar
para encenderme uno.
Llego a casa, tengo una llamada perdida de un buen chico... incondicional, siempre, para siempre y ni siquiera me acordaba.
Apago el movil.
